Se
preguntaba Vincent van Gogh “ ¿Qué sería de la vida, si no tuviéramos el
valor de intentar algo nuevo?”
Los
que se arriesgan, los que se la juegan, los que apuestan por una vida
distinta, los que crean nuevas circunstancias, los que intentan algo nuevo,
a esos se les llama valientes o tal vez locos. Yo las llamo personas con
coraje.
El
coraje es la ausencia del miedo, es la conciencia de que hay algo por lo que
merece la pena arriesgarnos. El coraje nos mueve porque creemos
que aquello que deseamos crear, cambiar, construir dará un sentido
nuevo a nuestra vida. El coraje nos empuja a enfrontarnos a nuestros miedos
internos y externos. Nos lanza a un viaje del cual regresaremos completamente
transformados; bien porque habremos alcanzar el anhelo que nos llevó a
partir, o bien porque sin llegar a alcanzar dicho anhelo habremos
aprendido algo nuevo que nos llevará a ver la vida con ojos distintos. Sea como
sea, habremos crecido en el viaje interior.
Nuestros anhelos y nuestro coraje van juntos cogidos de la mano. El
anhelo nos invita a creer, el coraje nos lanza a crecer. El anhelo es semilla, es idea, es sueño. El coraje
es acción, transformación, realidad. Los dos se enlazan en un baile entre lo
espiritual y lo real, de esa danza entre las utopías y la realidad es a partir de dónde conseguiremos
construir algo nuevo.
El
coraje es esa capacidad de realizar actos inimaginables cuando la vida
nos pone en situaciones límite. El coraje nos permite mover energía,
sentimientos, emociones e ir más allá de nuestros propios límites.
La
vida es una gran oportunidad de arriesgarnos para aprender, crecer, sentir, compartir,
amar, en definitiva para vivir plenamente.
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