Hay
veces que la tierra tiembla, que la siento rugir, como protestar por algo o
alguna cosa. Esa es la sensación que tuve cuando vi el volcán en activo Stromboli (Italia)de cerca.
Stromboli
es una isla volcánica que está en permanente vigilancia pues su última erupción
se produjo en 1930. Así pues mientras subía hacia la cima pude ver las
explosiones de fuego y lava que se repiten rítmicamente cada 20 minutos.
Previamente se oye un potente rugido que
hacer temblar la tierra con fogonazos que surgen de sus entrañas. El olor
a azufre que acompaña la ascensión a la cima es perpetuo, queda en el ambiente
y se potencia cada vez que hay una emisión volcánica. A medida que iba
ascendiendo más cerca me sentía del
centro de la tierra.
Sentí
la fuerza, el brío, en no control de la naturaleza, el miedo a que me engullera
esa agujero negro que en cualquier momento podía volver a dejar caer su magma y
calcificarlo todo. Descendí lentamente, pausadamente consciente de que pocas
veces notaría la fuerza de la tierra tan cerca como en ese instante. El agua
del mar me esperaba al final del esfuerzo para calmar el calor imperante. El agua
era oscura, tan oscura que no podía ver ni mis propios pies en medio de ese color cobalto potenciado por la negrura de la
arena de la playa. Levantar la vista y ver el volcán con fumarolas y no tocar
con los pies en el suelo envuelta por ese azul tan intenso me dio una sensación de desasosiego, de no control,
de miedo a lo desconocido.
A
veces en la vida, aparecen volcanes que irrumpen, que invaden de lava la vida y
empieza a reinar el desasosiego, el no control de la situación porque el
momento lo engulle todo. Y en esos instantes, momentos o etapas lo único que se
puede hacer es mirar de frente la situación, palpar el desasosiego, el no
control, observarlo y comprenderlo. En el mismo momento que uno es capaz de
subir hasta la cima y ver la lava que sale del volcán empieza a comprender el porque de todo y en ese instante de
comprensión, simplemente ya está preparado para iniciar el descenso con tranquilidad.
3 comentarios:
Los volcanes han sido una de tantas metáforas que ha utilizado el ser humano para explicarse a sí mismo y, en este caso, a sus pasiones: unas veces latentes y otras desatadas. Josep Pla detestaba todo este tipo de grandezas naturales por ese desasosiego que tú cuentas. En cambio, yo creo que sentirse pequeño es una gran ventaja.
Me resulta casi imposible imaginarlo, es que ni siquiera he visto una montaña: menos aún me puedo imaginar una con semejante estruendo. Porque tengo la idea de que lo que vemos por TV o el cine no le hace justicia a la experiencia... Josep Pla estaria feliz en el Uruguay, solo tenemos cerros, y bastante quietos... Por otra parte un volcán es como una fuente, desde el punto de vista que contiene y da, pero con tal ímpetu que altera la armonia de lo que lo rodea, entonces parece apropiada su analogía con las más fuertes pasiones humanas...
Petrarca. Lo importante es sentir "pasiones" sean del tipo que sean porque la vida con pasión simplemente es más intensa. Cierto es que la furia de la naturaleza nos hace sentir pequeños y eso es simplemente algo que nos hace vulnerables, humanos, pequeños y cierto es que es algo necesario de tanto en tanto
Mr.Dupin. No conozco Uruguay. Desde que comentas en mi blog que tengo la curiosidad de mirar algo de ese país por Internet pero aún no lo he hecho. Agradezco esas pinceladas que me lo hacen más próximo al simple "Uruguay capital Paraguay" que aprendí de pequeña en el cole.
Por otra parte todo aquello que altera la armonía sea brusca o lentamente pienso que es necesario en esta vida porque nos recuerda que la vida es cambio, un cambio constante y romper la armonía es necesario simplemente para volver a encontrarla...sino todo sería demasiado aburrido ( o eso creo yo..)
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