“No lo sé” era una
respuesta que la gente me daba hace unos meses y yo pensaba “¿cómo
puede no saberlo?” y en ocasiones hasta lo verbalizaba en voz
alta.
Con el tiempo, soy yo la que
respondo “No lo sé” a preguntas que me hago a mí misma o
que me hace la gente, tanto da si son triviales o si son
trascendentes. Aparece la no capacidad de
elección, se aletargan las decisiones y la respuesta “No lo sé”
es válida para cualquier pregunta. Cuando desaparece la vergüenza,
cuando tanto da el que pensaran, cuando se prefiere ser ignorante a
ser coherente un “No lo sé” cubre todos los frentes menos
el orificio por donde se va desparramando
el alma a base de “No lo sé” constantes.