Hace unos días leí en La Contra de La Vanguardia una entrevista al neurólogo portugués Antonio Damasco y nos comenta que cualquier ser vivo, ya desde el primer microbio, responde a los cambios del entorno adaptándose.
Nuestro cerebro es del resultado de millones de años de adaptación. ¿Cómo nos adaptamos? Los sentidos proporcionan información a nuestro cerebro y este elabora y reelabora a cada instante mapas visuales, auditivos, táctiles de nosotros y del entorno para finalmente aparecer la mente. Es como si dentro de nuestro cerebro habitara una orquestra cuyos instrumentos son las percepciones, las ideas, los sentimientos cambiantes y el director de esta orquestra es la mente, la conciencia, la memoria subjetiva. Y así con la musicalidad del entorno evolucionamos como respuesta a los desafíos del medio pero no sólo eso, somos capaces de anticiparnos a los cambios y a las exigencias del medio.
Por ejemplo, si entra un león en la habitación donde estamos, percibimos el peligro como una base material, como un proceso bioquímico que ocurre en el cuerpo y entonces lo transformamos en emoción (miedo en este caso) y luego en sentimientos. La mente nos prepara para huir.
Por otro lado para evolucionar, para adaptarnos, nos apoyamos en el vínculo del amor. Sin ese vínculo nuestra especie no habría llegado hasta aquí pero esa fortaleza que nos hace evolucionar también nos hace débiles cuando se rompe el vínculo. Los humanos, en definitiva, buscamos un equilibrio social que mejore la especie, un adaptarse al medio.
Todo parte del mismo principio: autorregularse, tener conciencia para encontrar un equilibrio que mejore la adaptación, de la especie y sus individuos, al entorno. Con nuestro cerebro podemos vencer a la naturaleza y superarnos a nosotros mismo.
Damasco demuestra científicamente nuestra capacidad evolutiva y concluye la entrevista con unas palabras del poeta Eliot: “El tiempo pasado y el tiempo futuro, lo que podría haber llegado a ser y lo que ha sido, apuntan a un fin, que es siempre el presente”.
Podemos encontrar la eternidad en un infinito presente.
Antonio Damasco