Páginas

31 de octubre de 2011

La vida va unida a la muerte


Después de leer al amigo Pepe Cahiers en su post de hoy me ha venido a la mente otro post que hace algún tiempo mi amigo  natsnoC colgó. En los dos se toca de frente un tema que parece tabú en nuestros días, un tema del que no hablamos normalmente. Tendemos a esquivarlo como si no fuera con nosotros. A pesar de ello, hace unos días que le doy más vueltas de lo habitual. No acababa de animarme a hacer un post sobre la muerte, pero ya que estamos en estos días, casi me lo permito.

A veces vivimos la vida como si fuéramos inmortales, a veces pecamos de pensar que seremos eternos. Me atrevo a pensar que todos nos hemos imaginado alguna vez a nosotros mismos con 80-90 años en vida, como si esa visualización fuera una tarjeta de embarque a una plácida vejez. Vivimos como si no tuviéramos fecha de caducidad y  esa sensación es la que nos permite hacer planes, encauzar la vida presente hacía un futuro diseñado por nosotros mismos. Sin esa sensación de “voy a llegar” no nos moveríamos de donde estamos ahora mismo.
A veces la muerte, esa gran señora, nos roza, se acerca y se sienta a nuestro lado un rato para compartir con nosotros una larga conversación y en ese mismo instante que la vemos de frente somos  capaces de imaginar nuestra vida sin un mañana,  una no vida donde las luces dejarían de encenderse a la mañana siguiente. Nos volvemos “conscientes” de nuestra fugacidad y hasta cierto modo de lo frágil que puede llegar nuestro cuerpo a pesar de saber que es la máquina más perfecta de la creación.

Cuando llegamos a ser consciente de que la vida va unida a la muerte, cuando nos atrevemos a sentir esa sensación dentro de nuestro ser, de repente nos invade el agradecimiento. Ya no existen las prisas por llegar a ninguna parte porque uno es consciente de que ya ha llegado donde tenía que llegar. Aparece  la serenidad y se va el miedo. Uno entiende que respirar cada segundo es un milagro que puede acabar en cualquier momento. Ninguno de nosotros sabe cuando dejará de bombear nuestro corazón y esa incógnita lejos de aplacarnos nos ayuda a vivir más plenamente a la vez que pausadamente el “aquí y ahora”. De repente uno echa de menos envejecer, echa de menos que se le arrugue la piel y el alma.

26 de octubre de 2011

Perlas de sabiduría. Conquistar


" No son las montañas 
las que hemos de conquistar
sino a nosotros mismos"

                                        Sir Edmund Hillary

Nota: No deja de parecerme curisoso que un hombre que ha conquistado el Everest plantee esta reflexión

23 de octubre de 2011

Cuando hierve la sangre





Seguro que más de una vez nos ha ocurrido, delante de un comentario o de una conversación subida de tono nos tensamos, nos hierve la sangre, nos llenamos de ira, frustración y resentimiento.  Nuestras emociones negativas dirigen el rumbo de nuestra mente, perdemos la claridad mental y la respuesta instantánea es el ataque, la huida o el bloqueo. Si en ese momento nos dejamos llevar por nuestras emociones seguro que nuestra lengua se volverá afilada como una víbora y provocaremos más que dialogaremos.
Cuando el corazón late con tanta fuerza que parece que va estallar por la furia contenida, no debemos ignorar esas emociones ni acallarlas pero tampoco podemos abrir la boca en ese momento porque seguro que lo que diríamos sería fruto de un arrebato,  que solo conseguiría poner más leña al fuego. La prioridad, lo único que importa justo en ese instante es reequilibrarnos.
¿Cómo? Con el silencio. Respirar hondo, contar hasta diez como nos decían cuando éramos pequeños, en definitiva frenar a nuestro cerebro que en ese momento se siente lleno de cólera. ¿Y luego? Luego,  como por arte de magia, estaremos más predispuestos a construir en lugar de destruir y podremos emitir una pregunta abierta para intentar establecer un diálogo sin contraatacar. No es el momento de argumentar sino de escuchar sin interrumpir y fomentar el diálogo.

No soluciona nada evitar personas o situaciones complicadas. No podemos escoger a todas las personas que interaccionan con nosotros al largo del día o en muchos momentos de nuestra vida pero si que podemos escoger si nos dejamos inundar por la ira que nos provocan o no. Cierto es que alguien que tiene por naturaleza un  temperamento calmado difícilmente entra en el juego de la discusión pero con trabajo personal todos podemos ser maestros de nuestras emociones.


19 de octubre de 2011

Nada es para siempre ... lo malo tampoco.




Según Ovidio, "Cuando el Fénix ve llegar su final, construye un nido especial con ramas de  roble y lo rellena con canela, nardos y mirra, en lo alto de una palmera. Allí se sitúa y, entonando la más sublime de sus melodías, expira. A los 3 días, de sus propias cenizas, surge un nuevo Fénix y, cuando es lo suficientemente fuerte, lleva el nido a Heliópolis, en Egipto, y lo deposita en el Templo del Sol". 

La vida nos regala constantemente dificultades de mayor o menor envergadura. Nuestra misión es aceptar esa invitación de la vida  y confiar siempre en nuestra capacidad de adaptación biológica para hacer frente a lo desconocido. Los desafíos los tenemos que mirar de frente y aceptar que la incertidumbre forma parte de la vida. El reto está en olvidarnos de buscar el control absoluto de las situaciones, rechazar la resignación y ser curioso con nosotros mismos.  Entender que las dificultades no son más que oportunidades para conocernos mejor, para revisar los valores o principios donde seguir edificando nuestra vida y transformarnos positivamente. Reconocer que las circunstancias nos superan o que las expectativas no se han cumplido ni se cumplirán, es una aparente derrota, pero bien mirado, aceptar la derrota y el dolor es ya una primera victoria. Las emociones hay que aceptarlas y permitirse sentirlas, sin culparse por ellas ni pretender entenderlas.

¿Hay algo más maravilloso que alguien nos regale su tiempo altruistamente para arrancarnos una sonrisa un día y otro y otro más, con el único propósito de acompañar nuestra alma a través de soledad del desierto, hasta conseguir encender estrellas en nuestra noche oscura?
Formamos parte de la manada como bien apunta Eduard Punset. La manada nos ayuda, la soledad nos aísla. Pertenecer a un grupo de la índole y tamaño que sea, nos da esa bocanada de aire cuando sólo conseguimos sentir que el agua anega nuestros pulmones. Recordamos entonces que aún todo es tan simple como aceptar que la vida es un constante trueque desinteresado y que al final uno debe ser capaz de recibir todas las sonrisas que un día regaló.