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19 de enero de 2011

Venecia. Suspiros



Este fin de semana he visto una película en el cine ambientada mayoritariamente en Venecia ( The Tourist). Al ver esas imágenes  he recordado la vez que vi Venecia con mis propios ojos. Tenía 22 años cuando nos fuimos una amiga y yo a recorrer Italia  con la mochilla a cuestas, de albergues y con Interrail, uno de esos largos y plácidos  veranos que me regalaba la vida de estudiante.
Llegamos a Venecia y simplemente me pareció decadente, triste, como si estuviera a punto de hundirse. Tal vez porque era verano, tal vez porque la marea estaba baja y las paredes se veían negras de lodo, tal vez el olor nauseabundo del agua estancada de los canales pero no me pareció para nada un lugar romántico y mucho menos digno de repetir destino en un futuro próximo o lejano. Pero este fin de semana, en la gran pantalla  se veía un lugar precioso, limpio, inmaculado, propio de una escapada de fin de semana si se tercia y yo pensé: “o bien ha mejorado mucho con los años o bien el cine se encarga de hacer Photosop al uso hasta en los paisajes…”
Y apareció en mi mente una reflexión sobre los recuerdos que tenemos dentro de nuestra mente, sobre como somos capaces de idealizar o ridiculizar  un recuerdo y me  picó la curiosidad, ¿será Venecia ahora mismo como la recuerda mi mente o es realmente como la veo en esta película? ¿Igual mis recuerdos están distorsionados con el tiempo y en ese momento  “grabé” en mi mente unas sensaciones que he magnificado sin llegar a ser realmente verídicas?
Recordé una entrevista de La Contra (15/01/2011)  de La Vanguardia donde Pere Escupinyà decía que el cerebro es la estructura más compleja del universo porque hay cien mil millones de neuronas interconectadas, que el cerebro detesta la incertidumbre y que si los sentidos no le dan suficiente información, se la inventa, mezcla memorias reales con recuerdos imaginados para que las historias rememoradas sean pausibles. La duda tampoco le gusta a nuestro cerebro y se aferra a la realidad subjetiva que más le convenga.

Dejando las reflexiones al margen y siguiendo mi afición de quedarme con algo de cada lugar que visito o que alguien me explica que visita, de Venecia me quedo con el Puente de los Suspiros el cual debe su nombre a los suspiros de los prisioneros cuando cruzaban ese puente al saber  que estaban perdiendo su libertad y veían por última vez el cielo y el mar.  Ver ese trozo de cielo minúsculo me hizo imaginar la tristeza de esos prisioneros.
Ver el cielo en su totalidad es una bendición que pocas veces agradezco lo suficiente.



19 de octubre de 2010

Viaje sucedáneo a Tokio. Paraguas transparentes


Viajar se puede viajar de muchas maneras. La mejor es, sin lugar a dudas, viviendo la experiencia dentro de la propia piel. En ocasiones los viajes son más puntuales que frecuentes y para calmar mi sed  viajera me guardo un as en la manga: mis  viajes sucedáneos,  son aquellos que realizo a través de los ojos  y experiencias de otras personas.
Colecciono postales. La única condición es que sean postales con la  imagen de un paisaje, no importa si el lugar es cercano o lejano, solo importa que tengan una imagen de ese lugar desconocido para mis ojos. Cuando un amigo, familiar o compañero de trabajo emprende un viaje o unas vacaciones le pido una postal en mano. No quiero que me la envíen por correo ordinario, es algo que requiere demasiado esfuerzo (sellos, buscar un buzón, que llegue a su destino…). Solo quiero que me la den al regresar y a ser posible  esos  días posteriores al viaje, cuando toda la información, las experiencias, las emociones están aún a flor de piel. El día que me la traen sutilmente les pregunto, les estiro de la lengua y les escucho entusiasmada porque durante 5 -10 minutos viajaré a ese lugar con sus ojos, su experiencia reciente y ciertamente será un viaje sucedáneo pero será un viaje.
Un compañero de trabajo viajó recientemente a Tokio. Antes de irse le recordé que coleccionaba postales  y  me dijo que encantado me  traería  una de Tokio en mano. Nada más regresar me confesó que no se había acordado, le supo tan mal al pobre hombre su descuido que a la mañana siguiente apareció con su Notebook lleno de fotos de su viaje y me las comentó lleno de entusiasmo. ¡Al  final salí ganando!
En ese viaje sucedáneo a Tokio, vi una ciudad llena de rascacielos  tan altos que la gente no puede ver el horizonte, vi calles limpias, espacios ordenados, clasificados ,  barrios distintos desde la conocida zona comercial Ginza  a los barrios residenciales o  los  barrios con  casitas orientales, había templos, jardines, gente, mucha gente , vi geishas andando por la calle junto a hombres con maleta , pantalón negro y camisa blanca, vi mercados de frutas  de todos los colores y mercados de pescado al amanecer con cajas y más cajas llenas de pescados exóticos  todas excesivamente clasificadas,  vi cultura milenaria al lado de tecnología punta.
Unas cuantas fotos las hizo desde detrás de la vidriera de una cafetería, puso la cámara de fotos  en la mesa, cada 30 segundos se iba disparando repetitivamente y se podía apreciar la gente de la calle como iba pasando, era como ver la vida a través de un agujero. En esas secuencias encontré lo que más me sorprendió.  Era un día de lluvia y la gente llevaba paraguas transparentes.  Las gotas de lluvia resbalaban por esos enormes paraguas transparentes, la sensación era que la gente en Tokio quería seguir viendo un pedacito de cielo aunque fuera a través de su paraguas transparente, como si necesitaran que la luz del día entrara en su vida perpetuamente a pesar de la lluvia. Tal vez era porque eran  unos  días lluviosos  o tal vez no, pero la gente en Tokio no sonríe, no vi a nadie sonriendo en ninguna de todas esas fotos. Me acordé de la película Lost in translation de Sofia Coppola. ¿Por qué será que la gente en Tokio parece triste? Igual son los rasgos orientales que les hacen parecer tristes sin estarlo…

5 de octubre de 2010

BCN. De Gaudí a Toyo Ito.


La Pedrera
 
Cualquier ciudad tiene esa calle especial, ese sitio cuya visita es obligada cada vez que volvemos. Para mí, en Barcelona  ese lugar  particular al cual  regreso sin cansarme es el Passeig de Gràcia.
El Passeig de Gràcia es como un museo de arte al aire libre donde cada periodo de la historia ha ido dejando su huella a través de sus edificios, sus fachadas, sus obras. Allí está presente el modernismo de Gaudí que sin lugar a dudas con su Casa Batlló  consigue destacar delante de todas las demás fachadas pero no hace mucho apareció justo delante de la Pedrera un nuevo edificio; los apartamentos de lujo Suites Avenue cuya fachada imaginó el arquitecto Coreano de padres japoneses Toyo Ito. Él se inspira en la naturaleza como Gaudí, sobretodo se fija en el agua, en su transparencia, en su fluir continuo. En la fachada de Suite Avenue reprodujo un mar negro que resbala sobre el edificio.
En una reciente entrevista que le hicieron me llamó la atención la manera en que imagina nuevos espacios con un sencillo rotring negro de punta fina que lleva siempre consigo. Dice que piensa en un tema, dibuja  bosquejos como punto de partida y va trabajando sobre ellos siempre a mano.
Delante de la pregunta ¿cómo consigue inspirarse? Toyo Ito respondió que se inspira en el proceso de crecimiento de un árbol, desde que empiezan a crecer las ramas hasta que llegan a su máxima complejidad en función de elementos como el viento, el sol y el agua con esta frase deja constancia de que es una persona capaz de enfrentarse a un edificio con la misma humildad de un aprendiz y que es capaz de ser un genio sin dejar de ser una persona sencilla.