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21 de enero de 2013

Zenit

 
Acababa de llegar a la cima. Casi no había tenido tiempo de saborear la sensación de plenitud, ver los agradables paisajes, paladear la felicidad, sentirse dichosa por el hito conseguido. De repente, mientras abría al cielo los brazos casi extasiada de tanta dicha, el suelo empezó a temblar. Se derrumbó un pedazo de la montaña que tan sólida creía. Intentó aguantar trozos de esa tierra que se desvanecía pero no lo consiguió. Cada hora que pasaba quedaba menos espacio donde aguantar arriba en la cima. Permanecía de pie, quieta, paralizaba por lo imprevisto.
El último desprendimiento la arrastró. Empezó a rodar colina abajo. Su alma se iba rompiendo en miles de pequeños trocitos como los jarrones chinos al chocar contra el suelo, pero consiguió recoger los pedacitos de su alma a medida que se caían. Los cogía fuerte en su mano mientras su mente le repetía "Nada te turbes, nada te espante, todo se pasa, Dios no se mueve, la paciencia todo lo puede". Ceso la caída. Pudo pararse en un pequeño rincón entre la maleza. Permaneció allí durante la noche. A la mañana siguiente continuaría el descenso pero esta vez a su ritmo. Miró por última vez la cima inalcanzable y se durmió abatida por el cansancio.
Despertó con los rayos del amanecer acariciando su cara. Se sentía cansada, débil, famélica de calor humano. Ya no había desprendimientos en esa parte de la montaña aunque seguían en la zona este. Bajó y bajó pero esta vez asegurando sus pies en el suelo antes de dar un pie en falso. Descansaba a menudo. Miraba a su alrededor. Se llenaba del sonido de los pájaros, del verdor de los árboles. Se estaba bien en esos páramos solitarios recién descubiertos en su interior. Abrió la mano que aún aguantaba fuerte los pedacitos de su alma rota, los depositó dentro de una cajita diminuta para evitar que se perdiera todo su ser. Ya llegaría el momento que empezaría a pegarla dulcemente. Sabía que quedarían grietas, siempre quedan esas líneas finas cuando pega algo que se rompe aunque lo haga con mucho cariño. Pero no importaba. Las grietas embellecen como las arrugas. Son un signo del vivir.


2 comentarios:

Tío Eugenio dijo...

Entiendo que es inevitable tener caídas durante nuestra vida, lo importante es saber caer, como te enseñan en el judo.
Pero nadie nos enseña a caer, ni mucho menos a ir recogiendo nuestros pedazos en previsión de que algún día se puedan pegar. Para eso hace falta caer varias veces.
Ug

maslama dijo...

bueno, lo único importante de las caídas es sobrevivirlas.. lo demás, cuestión de tiempo, que el ser humano tiene un capacidad de recuperación inaudita..

besos,