Hace unos días leí un artículo de
Remei Margarit en La Vanguardía titulado Paraíso, del cual copié
estas líneas;
“Casi todas las religiones del mundo
sueñan con el paraíso, un lugar en el que los deseos se cumplen,
reina la paz infinita y una sensación de plenitud constante. Este
podríamos decir que es el objetivo que anida en el inconsciente de
cada persona, un lugar adonde ir a parar, libre de temor donde todo
es posible”
La propia religión, el opio del
pueblo, nos pone en la palma de la mano la Fantasía y nos la
alimenta en nombre de Paraíso. Nos ayudan a evadirnos, a soñar, a
idealizar un lugar donde todo es posible aunque sea pasada esta vida.
Esa sensación de aunque ahora no es posible, lo será una vez
muerto, lo llamo yo alimentar el Paraíso celestial.
Tanto da si uno cree o no cree, si
pertenece a una religión u a otra, lo que está claro es que la
religión nos brinda comodines para mejorar la partida de la vida al
menos a nivel mental. Y uno se aferra al Paraíso celestial hasta que
lo vuelve Paraíso terrenal y se sumerge a vivir dentro de él sin
esperar a estar muerto para gozarlo, pero si eso no ocurre, si ese
Paraíso terrenal no aparece, no pasa nada, la religión nos seguirá
alimentando la Fantasía de que el Paraíso está por llegar aunque
sea en el más allá.