“Prefiero no hablar
de ello” se ha convertido en un comodín automático en bocas de muchos. Todo el
mundo tiene derecho a silenciarse cuando le viene en gana aunque, cuando lo oigo, prefiero dejar la puerta entreabierta por si llega un “Me gustaría hablar de ello”. En mi caso tiendo a comunicarme fluidamente
tanto cuando las cosas pintan oros o bastos pero reconozco que últimamente he
tomado ese atajo emocional diciendo “prefiero no hablar de ello” más veces de las
correctas.
Exteriorizar lo que
ocurre dentro de nuestra mente, de nuestro corazón, de nuestra alma es necesario
para mantener una buena salud emocional. No importa si se verbalizan nuestras
preocupaciones o satisfacciones hablando con una persona de confianza, con un
desconocido o con nosotros mismos en voz baja, no importa si es por escrito en
forma de carta, diario, post, mail, relato o libro. Tanto da el cómo, lo que
importa es sacarlo de dentro, no permitir que se enquiste, que se quede
encerrado en un rincón oscuro de nuestro interior hasta que caduque y sea
demasiado tarde para sacarlo de ahí.
Y todo esto que ya
sabía pero tenía medio olvidado, me lo ha recordado una dulce adolescente
llamada Alba que ha convencido a su mamá para que la deje debutar en su
blog La ventanita de Sory, con un precioso poema llamado Ella. Al leerla he recordado mi adolescencia
cuando escribía cartas a un amor imaginario deseando que se convirtiera en real
por arte de magia, los primeros esbozos de un futuro perfecto, las
conversaciones interminables al lado de una amiga del alma, los pactos de
sangre de amistad eterna, los primeros desengaños incomprensibles. En esa época empecé a escribir Mi diario fruto
de la necesidad de sacar de dentro lo que me quemaba notando como al redactar, se
suavizaba la tristeza, los sentimientos difíciles de catalogar. Aún conservo esa
costumbre aunque ahora, con los años vivimos se ha transformado en relatos o
post sin dejar de ser altamente terapéuticos.
Apuesto por el “Prefiero
hablar de ello”, dejar las cosas claras antes de que caduquen porque la
felicidad propia está en juego y jugar a perder no tiene sentido.